A partir del Seminario 7, Lacan aborda las paradojas del goce, dedicándole seis capítulos. En uno de ellos señala como los avatares por la muerte del padre de la horda no abre allí la vía al goce luego del asesinato sino que se reinstala la interdicción.
En el punto donde articula el deseo y la ley ubica la Cosa, el das Ding freudiano. La ley de prohibición del incesto separa al sujeto de un goce pleno, y otorga a este un valor mítico, generando un afecto primordial: el pathos, el sujeto afectado por la pérdida de la Cosa.
Pensemos una película biográfica: “El caso de Richard Jewell” (2019) dirigida por Clint Eastwood, a manera de ficción como un caso clínico. El guión plantea algunas aristas interesantes respecto a cómo opera el goce en torno al personaje principal. Inicialmente el film muestra a Richard Jewell como empleado de suministros en un pequeño bufete de abogados donde establece un buen vínculo con Watson Bryant dueño del mismo. Al tiempo deja el estudio para seguir la carrera policial. Se inicia como ayudante de un sheriff donde poco después termina despedido.
Es contratado como seguridad durante los juegos olímpicos de Atlanta en 1996. Allí el vigilador “aspirante a ser” oficial de policía, interpretado por Paul Walter Hauser, descubre de manera fortuita una mochila. Luego se verifica que contenía una serie de explosivos caseros. Su intervención permitió despejar el área momentos antes que se produjera el estallido impidiendo un mayor número de víctimas. Considerado inicialmente un héroe nacional por haber salvado muchas vidas pasa después a ser calificado de sospechoso e investigado como posible culpable.
Previo al descubrimiento de la mochila, la película lo muestra con un marcado interés por investigar movimientos que resultan extraños o inusuales. Su actitud detectivesca supera por mucho el rol que como vigilador le es concedido. Esta exageración le valió en un momento anterior ser expulsado de un campus universitario donde trabajaba. También se aprecia en su figura lo excedido de peso. Su cuerpo da cuenta del abuso en las comidas.
El padre no aparece nombrado en ningún momento por su madre. Si para una mamá el desear un hijo es también poder cederlo, esto no ocurre en este caso. Richard es una suerte de niño-falo al que ella alimenta y cuida también en exceso. El ropaje de vigilador lo exhibe ante ella más como un disfraz infantil que como un uniforme de trabajo.
Si la mirada de la madre se constituye como necesaria para la libidinización del sujeto, lo es en tanto su deseo va más allá del niño. En el caso de Richard su mamá lo hace la razón de su existencia ubicándolo en posición de objeto. Pasa a ser “la luz de sus ojos” haciendo de la oralidad del hijo una boca que hay que llenar.
Así la posición infantil de Richard es convalidada por una madre que no interpone ninguna referencia fálica más allá de su hijo. Relación endogámica ante la cual no hay salida posible. Para ella no aparece ningún otro hombre como tampoco para él surge ninguna otra mujer deseable. Es como si, al decir de Lacan, las fauces del cocodrilo se cerraran quedando el personaje capturado por esta madre que, intentando cuidarlo, no hace más que impotentizarlo tomándolo como objeto de goce.
Sobre el fondo de la habitación se destaca una gran foto enmarcada con la imagen de un personaje de uniforme que el espectador supone inicialmente se trataría de su padre. En realidad es Richard de brazos cruzados exhibiendo con orgullo el uniforme, alentando el ideal de ser policía, ese supuesto ideal del deseo materno. Busca aferrarse a un imaginario que anude y otorgue consistencia a un poder del que carece. Ante un padre ausente es a Richard a quien mira con embelesamiento su madre.
Lacan, desde sus afirmaciones en el Seminario IV, establece una triología que luego resultaran las distintas vertientes del padre, imaginario, simbólico y real.
A partir de su invento del objeto a hasta los avances, en el Seminario RSI, la estructura del nudo borroneo se enlaza en el Seminario XXIII con el cuarto nudo. El Nombre-del-padre devendrá en el anudamiento de los tres registros los Nombres-del-padre, donde lo real pasa a tener un estatuto estructural, el padre real condición de soporte del sujeto.
En el relato del film no hay mención ninguna de Richard al padre, salvo por la manera que adquieren para él las palabras del Rector de la Universidad, una ley que él toma “a la letra”. Cuando este lo llama para sancionarlo por el excesivo celo y avasallamiento que ejercía sobre los alumnos, cumpliendo de manera excesiva su rol de agente de seguridad, Richard le muestra una libretita donde anotaba las palabras del Rector, letras que “ordenaban” actuar con dureza y control hacia los alumnos. Hacía “buena letra” del decir del Otro, para él “la letra” operaba como un mandato estricto a cumplir, un imperativo categórico que ordenaba Goza al que se sometía. Su imaginario requería de un ropaje, el uniforme que, sostuviera su relación a la Ley Social a manera de sinthome otorgándole el anudamiento como cuarto nudo brindándole consistencia y valor a su vida. Para ello demandaba que un Otro, desde un lugar de autoridad, lo reconociera por “ser” un hombre “de ley” dedicado al trabajo.
Podemos decir que toda la película muestra el exceso de goce: la sobreprotección de la madre, la obesidad de Richard, también la sobreactuación de los agentes del FBI, la intrusión de la prensa amarillista. Todo esto, como la bomba, finalmente estalla. El Otro social lo entroniza como héroe con la misma velocidad que lo inculpa como terrorista. De ser amado por la población pasa a ser rápidamente repudiado por todos los que ven en él un terrorista.
No aparece mención alguna en el film respecto a la vida afectiva de Richard, de su sexualidad nada supimos. Queda casi al margen aquello que tenia para él un valor fantasmático, lo mantenía en secreto pero es develado cuando el FBI en plena investigación allana su casa. Allí aparecen una cantidad desmesurada de armas como también recortes de diarios con crónicas de asesinatos ocurridos. Su goce íntimo parricida queda al descubierto para horror de una madre que creía saberlo todo sobre su hijo.
No obstante ante las acusaciones del FBI, emerge en Richard, algo de su subjetividad invocando la presencia de un Otro que ponga medida al exceso de goce. No acepta inculparse por el atentado y recurre para que lo ayude el abogado, con quien ya había establecido una buena relación en un trabajo anterior. Así Watson Bryant, pasa a ocupar una figura importante, opera a manera de suplencia del padre ausente en el relato materno. Es quien, reconociendo la indefensión de Richard, se esfuerza para que trate de mantener la boca cerrada, que no solo permanece abierta para ingerir desmedidamente la comida chatarra que encuentra, sino que su incontinencia verbal lo lleva a quedar muy expuesto ante las acusaciones de las que es víctima.
Finalmente ante la imposibilidad del FBI de hallarlo culpable del crimen intentan incluir a un cómplice. A medida que el caso se debilita, apelan a vincularlo con un amigo de Jewell homosexual como posible coautor del hecho.
La ayuda que recibe de Bryant no resulta en vano. Ochenta y ocho días después de ser nombrado “persona de interés”, Richard es informado por carta formal que ya no está bajo investigación, el goce del Otro social había cedido.
En abril de 2003, Bryant visita a Richard en Luthersville, Georgia. Finalmente en el encuentro, le dice que Eric Rudolph ha confesado el atentado con bomba en el Centennial Olympic Park. Entonces no era culpable del asesinato, finalmente Richard había logrado alcanzar y legalizar su aspiración: un ropaje que le otorgara razón a su existencia: SER oficial de policía parte de la Ley. Esta consistencia le otorga su razón de ser, cumpliendo también la función de anudamiento. Aquello que Lacan en RSI facilita operar como nombre del padre agente de la castración y torna posible la contingencia, valerse de él para “saber hacer” algo con ese goce.
Se había enfrentado a la Ley de un Otro gozador buscando ser exculpado. Ahora era posible disfrutar algo de placer luciendo con orgullo, a manera de semblante, el uniforme que la ley le otorgaba. Había dejado atrás la culpabilidad de un crimen que no había cometido.
Podemos pensar que cuando Lacan en la clase 9 del Seminario 24 señala “”Lo que el psicoanálisis llama placer, es padecer, sufrir lo menos posible” establece los puentes que permiten articular como condición estructural del sujeto el más allá del principio del placer del que habla Freud en 1920, con el desarrollo del masoquismo erógeno en 1924.
En el epílogo del film, dos años después, Jewell muere a la edad de 44 años de complicaciones por diabetes e insuficiencia cardíaca el 29 de agosto de 2007.
Su existencia como obeso mórbido lo expuso a quedar rápidamente condenado a una corta vida.