En la actualidad es común escuchar hablar de la caída o declinación de la función paterna: los discursos sobre el padre carente y su decadencia están de moda.

Hay una nostalgia de una función paterna de carácter estructural, que habría sido ejercida simbólicamente en tiempos pasados con marcada efectividad y que actualmente se perdió.

No podemos negar que una nueva clínica se nos presenta a los psicoanalistas en nuestra práctica cotidiana y en la que vemos una  desconexión entre el sujeto y el Otro, el rechazo del Otro marcado por la caída del lugar del padre y la función estructurante del Edipo. En la clínica de la falta, es la “falta en ser del sujeto” lo que constituye la causa y matriz del deseo. La falta es vacío nombrado, un vacío dotado de significantes y símbolos y por tanto en conexión con el Otro. La falta no se puede llenar con ningún objeto, inviste al otro, es falta bajo transferencia, apertura al Otro. Lo que da vida al vacío es el deseo: Es el deseo el que transforma el vacío en una falta. 

En los nuevos síntomas, anorexia-bulimia, adicciones, “casos límite” asistimos a la desarticulación del vínculo dialéctico entre vacío, falta y deseo. El vacío no aparece ya en relación con el Otro a través del movimiento de apertura del deseo como expresión de la falta, si no que se solidifica, se presenta como disociado del deseo e innombrable. Es un vacío que narcotiza el ser mismo del sujeto. 

Las angustias suelen ser de tipo catastrófico, inundando a un yo que no dispone de los recursos anticipatorios de la señal de alarma. 

Siendo cierta esta clínica, también lo es, que desde el campo psicoanalítico, se sostiene férreamente, casi como un razonamiento final y finalista, la explicación última de fenómenos sociales o individuales clínicos a través de la caída de la función paterna.

Freud en “Tótem y Tabú” señalaba que la muerte del padre primordial, no fue razón suficiente para que los hijos accedieran al goce, del que su presencia temida les privaba, sino todo lo contrario, al matarlo y comerlo, lo internalizan como padre simbólico prohibidor. 

Entonces si la muerte del padre imaginario de la horda primitiva significa el nacimiento del padre simbólico, de lo que se trata no es de un asesinato real, sino de la muerte simbólica del padre imaginario. 

Esto ha sido determinante en las construcciones psicoanalíticas, porque si el asesinato fuese real, equivaldría a la realización del incesto en la medida en que al eliminar el que prohíbe el goce, el hijo en posición de falo, completaría a la madre y se perpetuaría la unidad de la célula madre-niño. 

Indudablemente, surge la cuestión de que, aun pensada en un registro eminentemente simbólico, ¿puede la función paterna desprenderse de las connotaciones derivadas de una sociedad patriarcal y androcéntrica, cuyas características y orígenes han sido suficientemente estudiadas desde distintas disciplinas? ¿Puede también desprenderse de las connotaciones religiosas vinculadas al Dios Padre?

Tengamos en cuenta que Freud nunca habló de función paterna sino que investigó la genealogía individual, cultural y colectiva de la búsqueda de un padre a partir de los sentimientos religiosos y de los mitos referidos a los padres fundadores, así como habló de los efectos de la falta de padre. Freud describió con precisión al sistema del patriarcado.   

Indudablemente, aquí surge otro problema y es qué importancia le otorgamos en el campo psicoanalítico a los cambios que rápidamente se están dando, con relación al lugar de las mujeres, a otros modelos de familias distintos del de la familia nuclear, al fuerte crecimiento y difusión de las biotecnologías y su impacto en las maternidades y paternidades actuales, así como a las presentaciones sexuales y de género que desafían la noción de diferencia sexual. Aquí hay dos opciones: o se considera que se trata de modas, que no cambian lo que sería la esencia de la función paterna en el psicoanálisis, o bien cabe preguntarse si puede el psicoanálisis repensar estas situaciones.

Todos sabemos que en un plano psicoanalítico, el padre, si es pensado en función paterna (porque obviamente puede no cumplirla), respondería al objetivo de separar al hijo de la madre, de cortar esa relación que para Lacan se centra en pensar al hijo como falo de la madre, relación que sólo la metáfora paterna podría cortar. 

Sabemos también, que al ser una función, puede ser ejercida por otros que no sean el padre, ya sea por ausencia o por deficiencia del mismo. Entonces, en estos casos se trataría de la función llamada paterna, pero ejercida por otros. Se señala que, ciertamente, también puede ejercerla la madre. Es en este marco que podremos preguntarnos por qué se denomina paterna si se trata de una operatoria simbólica.

Se enfatiza que la madre sólo la puede ejercer siempre que el Padre dicte la ley, introduzca la ley en la madre.

Esto ubica a la madre en el lugar de la naturaleza -una madre que retiene al hijo- y sólo la intervención de la cultura, el Padre simbólico e interdictor, podría rescatarlo de una especie de abrazo mortífero.

Sin embargo, se me ocurre que hay otra opción que, comienzo a plantearme: que la madre pueda ejercer esa función simbólica per se, que pueda promover la separación del hijo como un deseo propio. En otras palabras, reconocer en la madre un sujeto con capacidades simbolizantes por sí misma. 

En esta línea planteo una hipótesis  de que existe una madre con suficientes reservas simbólicas como para poder ejercer esa función. Indudablemente, esto implica mucho más que el hecho de que la madre tenga internalizada la función paterna interdictora. Implica la posibilidad de ejercer una función simbólica materna por derecho propio.

Es algo en lo que reflexiono y comparto con vosotros, así podemos abordar la subjetividad materna en toda su complejidad. No hay un solo deseo, aunque en ciertos momentos pueda ser predominante. Pensamos que la maternidad implica un sujeto deseante y simbolizante a la vez, con capacidades de ejercer operatorias simbólicas de separación necesarias. Diferenciamos esto del concepto de corte que implicaría, sostener  la dicotomía madre/naturaleza por un lado y padre/logos separador por el otro. 

En otras palabras, quizás pensar al hijo en términos exclusivamente de hijo/falo que sólo el corte paterno interdictor puede separar de la madre, es también un deseo normativizante que fija a la mujer/madre en el lugar de la naturaleza en esa oposición naturaleza/cultura.

Si el dominio narcisista invade la subjetividad materna, el hijo será exclusivamente hijo-falo y será necesaria una función otra, llamada paterna en analogía con la estructura de la familia nuclear y de las figuras patriarcales, para efectuar una separación necesaria. Si opera en la madre su propia resolución simbólica, el hijo será más que un hijo-falo, será más que una compensación fálica frente a la carencia. Será un otro al que ella le podrá ofrecer la posibilidad de separarse con sus propias reservas simbólicas. 

Si fallan las funciones simbólicas maternas habrá ciertamente problemas, de la misma manera que los habrá si falla la función simbólica del padre en el caso de que el padre o sustituto no reconozca al hijo como un otro. Por todo esto, hablar del padre simbólico es también hablar de la madre y redefinir sus funciones en un plano simbólico.

Esto no elimina la figura de un padre y sus funciones simbólicas pero sí aporta otras fuentes para entender el acceso de un sujeto a las legalidades de la cultura y a diferentes universos de lazos sociales. 

Avanzando más aún, ¿es que hay que rescatar al hijo de un abrazo mortífero? ¿O será que lo que está en juego es la apropiación patriarcal del hijo?

¿Podríamos pensar, si esto es así, que la función paterna debería denominarse con propiedad función tercera?, independientemente de quien la ejerza y más allá de dicotomías empobrecedoras. Podrá ser ejercida y lo es de hecho por padres y/o madres u otros sustitutos, pero no depende de que un Padre con mayúscula introduzca la Ley en otros sino de que cada cual posee sus propias reservas simbólicas para ejercer e introducir una legalidad.

La cuestión son las significaciones y connotaciones del significante paterno. La función paterna no es un universal. El riesgo es generalizar lo que es una construcción histórica. Por eso, entendemos que más que hablar de nuevas modalidades o formas de la función paterna, habría que hablar de nuevas modalidades de ejercicio de una función simbólica. 

¿La denominada función paterna es, entonces, una forma de sostener un poder que se pierde ante la incertidumbre y angustia que estos cambios pueden generar?

Tampoco se trata de reemplazar el denominado “poder paterno” por un “poder materno” o una supuesta “feminización de la cultura”. Por el contrario, es una oportunidad para re-pensar ciertas respuestas ya dadas con el objeto de explicar las funciones simbólicas.

La cuestión más significativa es, a mi  juicio, que el reconocimiento de la alteridad y de la diferencia esté inscripto en los padres, aunque sean del mismo sexo. La inscripción de la diferencia en un sentido simbólico va más allá de la diferencia anatómica e incluso de los avatares de la elección de objeto. La diferencia se juega en distintos niveles y categorías: anatómica, sexual simbólica, lingüística

Alfonso Gómez Prieto

Coloquio FEP Barcelona Octubre 2021