Existe un vínculo esencial entre la llegada al mundo del sujeto y su nominación.
La antropología observa que, en todas las culturas, la existencia física del individuo no es suficiente para que sea considerado un sujeto total y para ello hace falta que esté « completado » por un sistema simbólico.
Van Gennep estudió estos procedimientos sociales de humanización y nominación desde la perspectiva de los « ritos de paso ».
La secuencia del « rito de paso » funciona como estructura ternaria que contiene la dimensión del exilio. En la primera etapa, el individuo está separado y aislado del grupo, antes de estar mantenido, en una segunda etapa, en una « zona intermedia » en la cual su identidad y su nombre están desconocidos e indeterminados. M. Segalen escribe : « El individuo (…) se encuentra en una situación intermedia ; está muerto para el mundo de los vivos (y su) invisibilidad social puede estar marcada por la pérdida de su nombre ». Por fin, en la tercera etapa, está reintegrado al grupo y pasa a ser miembro de pleno derecho, tomando conocimiento de su « verdadera identidad » y de lo que, a veces, será considerado como su « verdadero nombre ».
El psicoanálisis menciona algo similar. El niño, dice Freud, viene al mundo inacabado, en un estado « desamparo primitivo », y depende de la recepción y de la simbolización del otro (el Otro, diría Jacques Lacan), de sus palabras y de sus significantes.
Los vínculos entre el exilio y el nombre también aparecen en la obra de Lacan, ya que el sujeto está nombrado en el momento del nacimiento, es decir, en el momento del exilio del cuerpo de la madre.
Al conceptualizar el Nombre-del-padre, Lacan formaliza la inscripción del individuo en el campo simbólico y en el registro de la neurosis.
Todo sucede como si nombrar al sujeto fuera como acabar y suturar lo real de la separación de los cuerpos mediante un acto simbólico en el lenguaje.
Sin embargo, la experiencia clínica demuestra que, en lugar de dar un nombre al sujeto, suele pasar que el exilio migratorio se lo haga « perder ».
Este joven senegalés que llegó a España en patera lo atestigua : « Me he transformado en algo que no conozco. No entiendo cómo me ve la gente. Hace mucho tiempo que nadie me llama por mi nombre. Aquí mi nombre es difícil de pronunciar. Para la gente de aquí, mi nombre no significa nada ».
Estos efectos van más allá de la dimensión formal del nombre y pueden inscribirse en el registro legal. Así, durante la ceremonia de adquisición de la nacionalidad francesa, el Estado propone al solicitante que cambie su nombre por uno nuevo, con la suposición de que podría facilitar su integración.
Pero también hay casos en los que son los sistemas simbólicos enteros los que chocan entre si, lo que puede llevar a un cambio permanente en el nombre del individuo para él o ella, pero también para sus descendientes.
En un simposio sobre el tema de la nominación en las migraciones, Kouassi Kouakou, psicólogo residente en Francia y nacido en Costa de Marfil, cuenta cómo se convirtió, al cambiar de país, en « Kouakou Kouassi ». Así cuenta que hasta 1985 publicaba sus artículos con su nombre « francés » (Kouakou Kouassi), mientras que desde entonces firma con « Kouassi Kouakou » (su nombre en Costa de Marfil).
Para entenderlo, hay que observar los sistemas de nomenclatura de las dos culturas : en Francia, el nombre (que designa al individuo) se antepone al apellido (que designa el linaje) , mientras que en Costa de Marfil, es el nombre del padre (« Kouassi ») el que se antepone (ya que precede al niño). También es este el que actuará como « nombre de familia » – apellido – y se transmitirá a los hijos.
A su llegada a Francia, cuando el funcionario de migraciones le preguntó cómo se llamaba, el dio como nombre lo que le distinguía como individuo (Kouakou) y como « apellido » el nombre de su padre (Kouassi).
Los efectos son un poco complicados de entender, pero si trasladamos este ejemplo a Sigmund Freud, lo entenderemos mejor.
El padre de Sigmund Freud se llamaba Jacob, entonces, en el sistema de nomenclatura marfileño Sigmund Freud se hubiera llamado Jacob Sigmund y su hijo Sigmund Oliver. Pero si hubiera llegado a Francia – cambiado así de sistema simbólico de nominación – habría dado, como nombre propio, Sigmund y como apellido, Jacob y su hijo se hubiera llamado Oliver Jacob. Por lo tanto, a Freud le habría resultado imposible transmitir su nombre de pila a su hijo y hubiera tenido que utilizar el nombre de pila de su padre para « hacer » el apellido, llamando así a su hijo… con el nombre de su propio padre.
Sin embargo, no hay que equivocarse y se trata aquí de otro sistema simbólico. Existe un patronímico del linaje familiar – aunque se renueve con cada generación – y existe efectivamente un Nombre-de-padre en el sentido de que el individuo está inscrito en un linaje simbólico.
Pero los efectos del exilio en el nombre no se detienen ahí. Si la pérdida o la modificación del nombre en el exilio provocan efectos psíquicos específicos, o si la forclusión del Nombre-del-padre opera del lado de la psicosis, existen « procedimientos de recuperación de la identidad ».
A nivel individual, los sujetos pueden «renombrarse» para curar heridas simbólicas o narcisistas (como lo hace Kouassi Kouakou cuando utiliza su nombre marfileño para firmar sus artículos en un procedimiento de reparación); y a nivel colectivo, se pueden aplicar procedimientos de cuidado ritual en torno al nombre para atender a los sujetos psíquicamente enfermos.
Este último punto plantea la cuestión fundamental de la dimensión simbólica o imaginaria del nombre.
No cabe duda de que el patronímico – el Nombre-del-padre – es de registro simbólico ya que inscribe al individuo en un linaje, una historia, un origen y una deuda. En la terminología lacaniana, el efecto de lo simbólico es el de bordear lo real más allá del discurso del sujeto o de la fantasía de la auto-generación de sí mismo.
Sin embargo, lo imaginario interviene en la construcción del yo o de la identidad (Estadio del espejo e identificación especular) pero no lo hace de la misma manera que lo simbólico. El nombre simbólico no es elegido por el individuo sino que le es dado/impuesto por el Otro, mientras que el apodo o seudónimo pueden ser auto-asignados por el sujeto, según la imagen o el ideal del yo que el sujeto se da a sí mismo en un intento de liberarse del deseo del Otro.
Por lo tanto, el cambio de nombre no siempre es efecto de un exilio y no es raro que las propias personas elijan un apodo o un seudónimo.
Algunos se dan a sí mismos un « nombre artístico (escénico) » que les permite asumir un personaje público y superar ciertas inhibiciones relacionadas con el nombre dado por el Otro. Para el artista, el seudónimo le permite asumir un deseo censurado por la mirada del Otro, como si hacer algo « con su nombre artístico » le permitiera hacer lo que no es posible con el nombre simbólico.
La adolescencia también suele ser la ocasión de tal re-nominaciones.
Todo indica que, en este caso (como en el de la « ceremonia del nombre »), se trata de una identificación imaginaria que tiene el efecto de hacer ceder el síntoma (al menos temporalmente).
Una vez más en África, J. Fredy menciona algo comparable en cuanto al nombre, especificando la dimensión oculta : los individuos tienen « muy a menudo otros nombres ”verdaderos”» que ignoran.
Así, en ciertas ocasiones, el que sufre puede estar «atendido» mediante una ceremonia particular en la que los padres revelarán «pequeños nombres escondidos en los rincones», esperándose que esta revelación cure la locura del sujeto (pues esta última es probablemente interpretada como el efecto de un desfase entre el sujeto y su « verdadero nombre »).
Esto casi se parece a «una segunda vuelta de lo simbólico» y podríamos preguntarnos legítimamente si la eficacia curativa del seudónimo o del nombre revelado no es más del orden de una sustitución o de un sinthome que del orden del Nombre-del-padre.
De hecho, si el Nombre-del-padre está forcluido, se puede pensar que cualquiera que sea la revelación del nombre hecha mediante alguna ceremonia, será efectiva en el registro imaginario, registro que funcionará como una imitación de lo simbólico, como un discreto procedimiento de sinthome.
Así, al transmitir al individuo un sentido sobre su existencia en el mundo, una historia familiar (y/o un mito) y al asignarle un lugar, es el Otro quien humaniza al sujeto, revelando el exilio y lo real como condiciones necesarias para que surja el nombre.
Todo sucede in fine como si el «verdadero nombre» del sujeto fuera aquel que bordea el exilio, y como si no hubiera otro nombre más que aquel que significa la salida del exilio.
François Desplechin
1 Van Gennep Arnold, Les rites de passage (1909), Paris : Picart, 2011.
2 Segalen Martine, Rites et rituels contemporains, Paris : Nathan université, 1998.
3 Freud Sigmund, Inhibition, symptôme et angoisse (1926), Paris : PUF, 2005.
4 Lacan Jacques, L’angoisse, le séminaire, livre X (62-63), Paris : Le seuil, 2004
5 Exposición « La route promise » : http://cepaim.org/larutaprometida/
6 Kouakou Kouassi, « Nomination et identité dans la migration », in Le Coq-héron 4/2003 (no 175).
7 Jacques Fédry, « “Le nom, c’est l’homme” », L’Homme [En ligne], 191 | 2009, mis en ligne le 01 janvier
2011, consulté le 30 avril 2019. URL : http://journals.openedition.org/lhomme/22195 ; DOI : 10.4000/
lhomme.22195
8 Kouakou Kouassi, « Nomination et identité dans la migration », in Le Coq-héron 4/2003 (no 175).