A partir de mi experiencia clínica querría compartir con ustedes algunas cuestiones.

Del inicio de un caso, quiero señalar la sorpresa de mi aturdimiento y confusión ligados a la disparidad evidente entre la auto- designación de su género y su aspecto físico en contradicción con el género elegido. Había iniciado su transición únicamente con el cambio del nombre oficialmente realizado. La presencia de estas sensaciones me desconcertaba, dado que en general, en la entrevista inicial siempre surgía en el decir del sujeto alguna pequeña pista sobre el motivo, incluso sobre el síntoma, de su demanda. Había ya una cierta orientación, es decir en este caso me sorprendía mi propia desorientación.

Quiero Subrayar también mi dificultad para utilizar las palabras, concernientes a la persona, en el género gramatical correspondiente al género elegido. Por ejemplo, si hablaba del tiempo antes de su cambio de nombre me deslizaba a pronunciar el género gramatical correspondiente a esa época de su vida. Esto era algo que también me desorientaba. 

Por otro lado, durante las primeras entrevistas, mi desconcierto giraba en torno a la situación familiar tan naturalmente normalizada, y adaptada a ese cambio, como si siempre ese hubiera sido su género, en contraste con mi desorientación y con – utilizaré esta palabra que ahora me viene sin más- una sensación de desencaje. 

A partir del desconcierto y el desencaje pensé, primero en un delirio familiar, para luego de una entrevista donde se había hablado de la verdad y de la mentira, encasillando la ficción como mentira, mi idea fue la de una ficción compartida. Apoyada además en un significante circulante en lo familiar que es la palabra “especial”, portador de un rasgo de distinción. Los hijos de esta familia eran especiales por algún rasgo único diferencial, como podrían ser los superdotados o los transgénero.

La ficción del sujeto que demanda no es obstáculo para el análisis, sino lo contrario, ya que la ficción consiste en una invención propia y es una manera de decir una verdad, que uno todavía no conoce, al enlazarse con los fantasmas del sujeto. La ficción permite socialmente el intercambio de los fantasmas.

Freud ya dijo que en la paranoia las imágenes, recuerdos e impresiones, son reconstruidos en función del fantasma para realizar un arreglo imaginario en la relación del sujeto con el mundo, es la manera de organizar el mundo según la propia experiencia. Y planteó respecto al delirio que sería más terapéutico reconocer con el sujeto la verdad contenida en su delirio. Es decir, en el caso de la psicosis se inventan ficciones como construcciones metafóricas delirantes de una verdad no sabida, una verdad imposible.

Podemos pues ponernos al trabajo analítico ya que forma parte del análisis, igual que la mentira y la verdad, como mostró J. Lacan al diferenciar el sujeto del enunciado y el de la enunciación, así para el decir “yo miento”, si mientes dices la verdad, es verdad que tú mientes.

Otra cuestión bien significativa es la de encontrarse con una negación explícita y determinada del sujeto respecto a su historia anterior al cambio de género, que se manifiesta sintomáticamente como un borramiento, incluso más, como algo que no ha existido, yo diría que es una potente negación de la pérdida, haciendo imposible la nostalgia de lo que uno ha sido.

Y lo mismo ocurre respecto al nombre de pila, nombre borrado sobre el que recae la prohibición de ser dicho. el cambio de sexo comienza con el cambio de nombre de pila, y el nombre de pila anterior pasa a ser un nombre muerto, muerto y sin funeral. El sujeto recusa nombrar el nombre que le fue donado, haciendo desaparecer el sentido del nombre como un don de amor de quienes te soñaron primero y te esperaron después. 

Otra cuestión importante es la del duelo, duelo de los padres por la hija o el hijo que perdieron cuando sus hijos cambian de género.

Me impresionó, en el caso de la madre que distinguió con la palabra “especial” el rasgo diferencial de una distinción respecto al hijo transgénero, porque no parecía haber perdido una hija, ausencia de duelo, posiblemente el significante “especial” es lo que había venido al lugar del duelo. Así pues, sin pérdida alguna y sin duelo, lo mismo respecto al nombre de pila, un muerto anónimo. Contrariamente, el padre como reacción al cambio de género, durante un tiempo estuvo en silencio, sin decir nada, sin saludar al hijo al salir o entrar en casa. Pienso que, de esta manera, al menos el padre había hecho el duelo por la pérdida de su hija.  

En el caso de una madre con un hijo transgénero, que ya ha realizado su transición, ante un aviso de urgencia por una reacción anafiláctica acude al hospital donde han llevado a su hijo. Y cuando habla de este momento perturbador de gran afectación, resulta que por dos veces refiriéndose al hijo utiliza dos palabras en femenino. Podríamos decir que son dos lapsus emergentes que se manifiestan en esta situación de urgencia y alarma ante un peligro de muerte. Conmovida se duele expresando así el duelo por la hija perdida, una madre que no ha olvidado el nombre de la hija, a la que nombra por primera vez en sesión, como expresión de amor ante una muerte de presencia fantasmática. 

Me gustaría recordar aquí algunas ideas sobre el nombre de pila, de nuestro querido psicoanalista y maestro G. Pommier, fallecido el 1 de agosto de este año 2023, plasmadas en su imprescindible libro “El nombre propio. Funciones lógicas e inconscientes”:

El nombre de pila 

Es primero para cada niño su nombre, el primer don simbólico, símbolo de la alianza, pero también de la separación entre él y sus padres.

El don del nombre dado hace corte. simboliza el goce que representa el cuerpo del niño para la madre, el nombre no es el símbolo de algo que existiera ya, es performativo, él crea eso que designa, es una simbolización de esa significación fálica del cuerpo, y en este mismo movimiento, este símbolo permite al niño gozar de él mismo. 

El sujeto se apoya en su nombre propio para reprimir las pulsiones, identificado a su nombre abandona su cuerpo, el nombre simboliza el goce pulsional cobrando el valor de un exorcismo respecto a la pulsión. 

Gracias al nombre se subjetiva la pulsión, este proceso de subjetivación dirige el pasaje del “ser gozado” a “gozar”. En cuanto la madre llama a su retoño por su nombre se produce el vuelco y el niño goza de su madre. La erotización del cuerpo deviene soportable desde el momento en que una subjetivación lo permite. 

Desde el punto de vista de su función de represión, el nombre de pila es el verdadero nombre. Él da fe de la presencia subjetiva, afirma la singularidad de quien lo porta, exógamo desde el inicio, sin lazo de sangre con ningún pariente, escapa a la familia.

El nombre de pila porta la función de identificación al género, es un don sexuado, implica una relación deseante entre géneros, con él se inicia ya el fantasma de seducción. Al nombre de pila elegido y dado por los padres se le supone que les gusta a ellos y que les procurará un cierto placer al pronunciarlo. Y algo dice sobre su deseo en cuanto al género de ellos, esbozan una promesa de gustar o disgustar, echando las cartas sobre los éxitos y fracasos en la guerra de los sexos que le esperan.

Rosa Navarro Fernández 

Psicoanalista de Umbral Red de asistencia psi, miembro de la fundación Europea para el Psicoanálisis, y de la Asociación Discurso Psicoanalítico.

REUS (Tarragona) 

03 noviembre 2023